9/12/2009

Cuentos, fábulas y otras patrañas



Se hallaban el lobo y el hombre pactando



Se hallaban el lobo y el hombre intentando sellar un pacto que pusiera fin a la hostilidad que entre ellos había y que les permitiera convivir en paz. Dado que al lobo no le gustaba la condición que el hombre le había puesto para su domesticación, alzó la cabeza olisqueando aquí y allá para, así, darse tiempo y pensar en una alternativa a lo que a su parecer era una propuesta injusta. A su fino olfato llegaron, desde lo alto, húmedos olores de algas y líquenes; de inmensos hayedos y bosques de abedules. Le trajo el viento dulzuras de frambuesa, de arándano y de otras bayas y frutos que en aquellos lugares crecían. Descendieron también hasta su inquieta nariz, desde lo más inaccesible y recóndito de la montaña, combinadas con el vigoroso perfume de la genciana, aromas de mil flores en un cóctel embriagador de múltiples fragancias.

Si la condición de ser llamado 'perro', que le imponía el hombre, le parecía deshonrosa, la de perder su libertad le resultaba del todo inaceptable, más aún inmerso como estaba en aquel plácido estado de aromática y emancipada embriaguez. Fue entonces cuando le preguntó: ¿De verdad quieres que deje de diezmar tus rebaños?; ¿Que no desvalije tus granjas para devorar esas criaturas que con tanto celo cebas y engordas?. ¿Quieres, ciertamente, que deje de ser el malo en esas patrañas que desde tiempos inmemoriales cuentas a tus hijos para atemorizarles?. Si, claro, contestó el homínido tras un leve silencio. No tardo mucho el can en responder: Pues entonces libera a tus animales; abandona las ovejas a su suerte; deja pacer libremente las vacas en los prados; despréndete de tu casa, tu granja y todas tus pertenencias y vente conmigo a la montaña. Pe... pero, cómo... balbuceó el hombre. No temas, allí encontrarás todo lo que necesitas para sobrevivir, prosiguió el lobo, cazaré para ti si es necesario. No te faltarán ni abrigo ni comida y podrás gozar de todos los bienes y placeres que proporciona la Naturaleza y de entre todos el más preciado: la libertad. Se quedó mudo el humano mirando fijamente al animal como nunca antes lo había hecho y éste le dijo, con la faz transformada por una indescriptible y serena expresión en la mirada: Sólo te pongo una condición... ¿Qué condición? preguntó el hombre y el lobo le respondió: Que me permitas llamarte 'hermano'.
Rogelio Rodríguez Pardo
Barcelona 30 de agosto de 2009

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